Tras el golpe de estado militar del 81, participantes, simpatizantes y otras personas que expresaban su opinión libremente intentaron quitarle hierro aduciendo que había sido ‘incruento’. Lo mismo que ahora tras el golpe de estado catalán del 17, otros intentan convencernos de que la rebelión ha sido ‘pacífica’, y por lo tanto no delictiva.
Incruento, recuerdo perfectamente la palabra que se utilizó en aquel momento histórico del golpe militar, lo mismo que ahora se argumenta que la rebelión catalana ha sido pacífica. Realmente no se produjo ningún herido de consideración, mucho menos muertos, y los hechos violentos se redujeron a pasearse por las calles con blindados, unos tiros en el techo del Congreso y un ippon al general Gutierrez Mellado. Aunque portasen armas, la violencia que se ejerció por parte de los golpistas militares del 81 fue fundamentalmente coacción.
No se puede negar que en golpe catalán ha habido violencia, aunque menos mal que no ha pasado a mayores y no se han producido heridos de consideración, mucho menos muertos. Porque no se puede negar que destrozar vehículos policiales es violencia, impedir la salida de una comisión judicial es violencia, lanzar vallas y sillas a los agentes es violencia, quemar banderas es violencia, agredir a ciudadanos por llevar una bandera es violencia, etc. pero es cierto también que la violencia que se ejerció por parte de los golpistas catalanes del 17 fue fundamentalmente coacción.
Mediante procedimientos ilegales y a pesar de las advertencias de todas las instituciones democráticas que incluyen no sólo a los tribunales españoles y catalanes sino también a otros entes y funcionarios españoles y catalanes, se ha intentado coaccionar a varios millones de catalanes para que votasen algo que no querían votar. Y la coacción no deja de ser una forma de violencia física o psíquica que se ejerce sobre una persona para obligarla a decir o hacer algo contra su voluntad, lo que ha pasado estos últimos meses en Cataluña.
En un sentido más filosófico, faltaría por ver si se sigue considerando resistencia pacífica que tras ocupar un edificio público, pacíficamente, sí, pero después negarse a desalojarlo, y no solo eso sino utilizar la fuerza para impedir el acceso de la policía, no es dar un paso hacia la violencia, que para mí lo es. Porque la violencia no es solo pegar tiros o cuchilladas, también se ejercita la violencia con la fuerza física o fuerza bruta.
Tras el golpe militar del 81 casi todos los participantes dijeron que lo habían hecho porque cumplían órdenes o fueron engañados, así que, como era verdad, se libraron de ser sometidos a un proceso judicial, salvo los cabecillas. Lo mismo se podría decir del golpe catalán del 17, tiene poco sentido buscar ahora quién tiró la silla o quemó la bandera, un mero fanático sin relevancia, lo que importa es desactivar a los cabecillas para conjurar el peligro de que vuelvan a actuar.
Así que cuando veo a Puigdemont en el palacio de Girona justo antes de abandonar Cataluña proclamando la república y el fin de la Constitución, me recuerda indefectiblemente a Tejero en el Congreso diciendo algo muy parecido. Que uno llevase una pistola y el otro una estelada no deja de ser un detalle menor si ninguno de los dos la utilizó para matar o herir a nadie, porque el daño que pretendían hacer a la ciudadanía española es el mismo, imponiendo por la fuerza de los hechos consumados algo que la mayoría de los españoles no queremos y que está totalmente fuera de su tiempo y su entorno.
Es una lástima que representantes políticos elegidos por los ciudadanos no puedan ejercitar sus derechos, siempre lo he dicho, pero sabían el riesgo que corrían, estaban completamente advertidos y para obtener unos buenos resultados electorales se han aprovechado de esta circunstancia. Quizás, desde otro punto de vista, también estemos ante una buena oportunidad para que el estado de derecho demuestre a los ciudadanos que elegir a representantes imputados o investigados por graves delitos no es una buena estrategia. Populista sí, pero no buena. Pasó con ETA, pasó con Gil, pasó con corruptos del PP y ahora está pasando con los independentistas.
La solución debe ser política, indudablemente, y exigirá de la misma capacidad de comprensión y negociación que nos llevó a la redacción de la Constitución del 78, pero de lo que tampoco me cabe duda es que un referéndum mediante el cual la mitad de los catalanes obligue a la otra mitad a hacer algo que no quiere hacer, y de paso al resto de los españoles sin derecho a voto, es la peor de las soluciones.