Razas, etnias, culturas y naciones o un gobierno mundial

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Estos días, aprovechando las vacaciones navideñas, he estado leyendo el libro ‘Breves respuestas a las grandes preguntas’ de Stephen Hawking, que es ideal para personas que no poseemos elevados conocimientos para entender complejos teoremas matemáticos. En este humilde artículo no seré tan ambiciosa como mi admirado Stephen, y en vez de tratar de contestar a las grandes preguntas como ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos? o ¿a dónde vamos?, restringiré mi análisis en el tiempo, las próximas décadas, no el fin de los tiempos, y en el espacio, nuestro planeta, no todo el universo.

Racista es el que cree que una raza, la suya, le otorga más derechos que a los demás, etnicista es el que cree que una etnia, la suya, le otorga más derechos que a los demás, ‘culturista’ (entrecomillado porque obviamente no me refiero a los que practican el culto al cuerpo y desarrollan su musculatura) es el que cree que una cultura, la suya, le otorga más derechos que a los demás, y nacionalista es el que cree que una nación, la suya, le otorga más derechos que a los demás.

Imagino que estas definiciones comparativas molestarán sobremanera a algunos pero las voy a justificar. El racismo, etnicismo, ‘culturismo’ y nacionalismo invaden nuestro mundo, no son un fenómeno localizado en España o en Europa, ni muchísimo menos. Los movimientos separatistas que en función de la raza, la etnia, la cultura o la nación pretenden la creación de nuevos estados están a la orden del día en todo el planeta. Al contrario, en nuestro ámbito espacial cercano quedan más ladinamente difuminados, así que para ilustrarlos utilizaré un ejemplo lejano del que he sabido gracias a un familiar que hace poco visitó la isla.

Me refiero a los rapanui, etnia del Pacífico que pretende la independencia de la Isla de Pascua respecto a Chile. A primera vista piensas, llevan allí milenios, es ‘su’ isla, es lógico que pretendan ser un estado independiente, y Chile está hecho una castaña, después de décadas sino siglos de mal gobierno, pero pensémoslo un poco más. ¿Realmente tiene más derecho un rapanui que un chileno corriente y moliente a vivir y/o gobernar la Isla de Pascua por el hecho de haber nacido allí, él y sus antepasados?

Pues si uno no se considera ni racista ni etnicista ni ‘culturista’ ni nacionalista, la respuesta ha de ser, evidentemente, no. Así que para una persona, como yo, que se considere internacionalista, la respuesta ha de ser, necesariamente, no, no deben tener los de la etnia rapanui más derechos que los demás y por tanto la independencia no está en absoluto fundamentada. Y lo mismo se puede decir de cualquier otro movimiento independentista en mayor o mejor grado.

Se da, además, la curiosa circunstancia que cuando los rapanui fueron independientes, hace siglos antes de la llegada de las primeras expediciones occidentales, o más bien se creían los únicos seres humanos sobre la faz de la tierra, desconocedores de la existencia del mundo exterior, agotaron todos los recursos naturales de la isla y provocaron que su población quedara diezmada, desangrándose en luchas interminables entre clanes rivales, así que menudos antecedentes. Y en ese lamentable estado los encontraron los primeros visitantes de la isla, cuando en el pasado habían llegado a ser una civilización sobresaliente, como demuestran los moai, estatuas monolíticas de impresionante tamaño y belleza. ¿A qué suena esto de arruinarse en absurdas guerras intestinas?

No hay motivo moralmente aceptable hoy en día para apoyar un movimiento independentista para los que nos consideramos progresistas, salvo que los rapanui de turno no tengan los mismos derechos que el resto de los ciudadanos, como no poder estudiar en su lengua o que su cultura y tradiciones estén siendo denostadas, en cuyo caso deberían tenerlos y si no los obtienen, podría haber una justificación para pedir la independencia, pero sólo en ese caso, que no es el caso de los rapanui, los catalanes, los vascos, los escoceses, los corsos, los lombardos, los bávaros, etc. etc. etc.

La raza, la etnia, la cultura o la nación no sólo no son motivos justificados para la creación de nuevos estados homogéneos basados en cualquiera de estos vomitivos criterios discriminatorios, sino que en la práctica esa tendencia va en contra de la resolución de los grandes problemas globales a los que nos enfrentamos en la actualidad como las pandemias, la plastificación de los océanos o el cambio climático, como lamentablemente acabamos de ver en la fracasada Cumbre del Clima que se acaba de celebrar en Madrid.

Con cada estado ejerciendo su independencia o su derecho a decidir, y con cada vez más estados, no hay forma de entenderse a nivel global, y es por eso que debería surgir de nuevo la idea de un gobierno mundial. Una idea que no es nueva, a la que nos vamos aproximando desde hace tiempo, pero con pocos avances concretos. Una idea que empezó con la fracasada Sociedad de las Naciones, que se intentó volver a poner en marcha con la ONU, de nuevo diluida al quedar sepultada por la burocracia, y que tiene su continuidad parcial con iniciativas como el G20, que ni es un grupo unido ni son veinte ni apuestan decididamente por un gobierno mundial para resolver problemas mundiales.

Un gobierno mundial que implicaría, lógicamente, la desaparición de todas las fronteras, algo que no se puede hacer de la noche a la mañana, pero en la que en algún caso hemos ido avanzando, como con la creación del Espacio Schengen, del que ahora, desgraciadamente, los británicos quieren desmarcase. Y un ejemplo para otras áreas del planeta, como África, América Central o el Sudeste Asiático, porque no es suficiente con crear áreas de libre comercio si no se asegura también la libre circulación de trabajadores.

Tampoco se trata de ser más quijotes que nadie y suprimir de golpe y porrazo la frontera sur de nuestro país, porque pasaría lo mismo que con la legalización de las drogas, si no se hace de forma conjunta y coordinada España se acabaría convirtiendo en la base de operaciones del narcotráfico, y en este caso de las mafias de tráfico de personas. Una idea, la del gobierno mundial y la eliminación de todas las fronteras planetarias, que sé que es difícil de implementar pero que al menos debería iluminar nuestro camino en vez de la infinita disgregación humana por razas, etnias, culturas o naciones.

O, cada uno a la suya, acabaremos destruyendo el planeta incluso antes de lo que parece.