Hace escasamente dos meses escribí mi penúltimo artículo. Ya sé que como columnista no me ganaría la vida por mi nulidad y falta de constancia en escribir, pero es lo que hay y a lo mejor hay quien hasta lo agradece.

Me refiero a este tiempo transcurrido porque me ha llamado la atención qué hace escasos dos meses estaba hablando del Master de Cristina Cifuentes, si aquella señora del PP que era presidenta de la Comunidad de Madrid y una de sus esperanzas blancas. Esa que pillaron con el carrito del helado con lo de su Master. Cuando escribí el artículo aun ni había aparecido lo de los botecitos de crema. Digo esto porque en solo dos meses de aquello, ya ni es presidenta, ni está en el PP y prácticamente nadie se acuerda ya de ella.
Pero no es eso, es que en menos tiempo hemos pasado de tener un gobierno débil del PP a un gobierno fuerte del PP con presupuestos aprobados, a ver una moción de censura ganadora, a caer el gobierno del PP y pasar a un gobierno del PSOE, presidido por alguien que hace unos meses estaba políticamente muerto, y con un gobierno que días antes nadie se esperaba y que, a igual velocidad de vértigo, que hoy mismo tiene su primer dimitido o cesado, el fugaz ministro de Cultura y Deportes Màxim Huerta.
Hemos pasado de ser Rajoy el líder indiscutible del PP a en un mes tener nuevo presidente este partido. Hasta hemos pasado de aprobar el PP unos presupuestos a enmendarlos, el PSOE de votar en contra a asumirlos y el PNV de ser un socio preferente del PP a ser su puntilla.
Aquí se te va la mano con la siesta y cuando te despiertas no sabes ni dónde estás.
Pero de repente, en esta vorágine desenfrenada de acontecimientos en política te aparece la Justicia y se ve que como es ciega calcula bien sus pasos y los da poquito a poco, pero tan poquito a poco que a veces llega a desesperar.
Estamos viendo ahora sentencias, a las que aún les cabe algún recurso, de instrucciones comenzadas hace diez o doce años, lo que hace que muchas de esas cosas estén ya totalmente superadas y muchos que deberían estar mencionados en esas sentencias se escapen de rositas por dilaciones que han llevado a prescripciones que no se debían de haber permitido.
De esta lentitud se valen los que, a sabiendas de que sus intenciones no son claras, aprovechan para ir pasito a pasito hacia sus objetivos, con algún que otro arreón, pero despacito, léase, por ejemplo el llamado “procés” y sus artistas que continúan machaconamente, como martillo pilón, con sus hojas de ruta. O los corruptos insaciables que saben que caerán pero a saber cuándo y para entonces “que les quiten lo bailao”, siendo capaces entre unos y otros de, entre otras cosas, hacer caer un gobierno.
Pero no solo la justicia es lenta, la acción política también, no el quítate tú que me ponga yo, no, la gestión, el trabajo.
Seguimos con una lentitud tremenda a la hora de gestionar, de solucionar problemas eficazmente. Quienes nos gobiernan siguen sin dar soluciones a los problemas reales que se alargan y se alargan.

Ahí continúan los barracones, las pensiones un día si y otro también sin resolver, la estabilidad en el empleo, el paro juvenil, las equiparaciones salariales, la crisis independentista o la reforma educativa en todos sus aspectos, y otros muchos temas más que parece no ser interesante resolver. (Prefiero pensar eso que no pensar que es que no saben resolverlos).
Los partidos que están llevando la política, la que se escribe con minúsculas, a velocidades propias del AVE, son los mismos están haciendo también que la POLÍTICA, la que se escribe con mayúsculas, vaya a velocidad de tren borreguero.
Lo malo de todo este desenfreno es que cuando alguien intenta poner un poco de sensatez, estabilidad, sin aceleraciones ni frenazos sino velocidad de crucero, con soluciones como pueden ser unas elecciones que den paso a una estabilidad para tomar todas las medidas y reformas urgentes y necesarias, se convierte en el enemigo público número uno para quienes solo desean perpetuarse, aunque sea por turnos, en el machito del poder. Léase el bipartidismo.
Es tal la velocidad y los bandazos que da la política, paradójicamente esa que les gusta a los de siempre, que el otro día, tomando una cerveza con un amigo, me dice: “Seguro que el año que viene te presentas”. Al ver su seguridad en las cosas a un año vista, a mí, me entró la risa.