Érase una vez un pueblo próspero cuyos habitantes vivían felices en su aldea y en plena armonía con sus vecinos. Sus buenas artes como mercaderes les permitían vivir de forma muy desahogada sin pasar estrecheces. Cada año cultivaban el campo, y vendían el excedente de sus cosechas a los poblados vecinos.
Hasta que un año eligieron a un gobernador nuevo, el señor Plus era su nombre. Desde entonces todo cambió. Pero no adelantemos acontecimientos, contemos las cosas desde el principio, tal y como sucedieron.
Plus era el heredero de una estirpe de ricos mercaderes del pueblo. Podría haberse dedicado al noble arte del comercio, como toda su familia, pero no. Tenía otras ambiciones.
“No necesitamos trabajar tan duro para que nuestros vecinos aprovechados se coman nuestras cosechas”, se le oía exclamar cada vez que podía en la plaza del pueblo. “Tenemos nuestro orgullo y nuestra identidad”
Plus se dio cuenta que la gente no terminaba de entender su mensaje, y se le ocurrió una idea. Para ello se reunió con el cronista de la aldea, y le dijo: “erudito, tu que conoces toda nuestra historia y todas nuestras leyendas, ¿qué nos diferencia de nuestros vecinos?”
El cronista, sorprendido, le contestó: “muy poco mi señor, somos un pueblo de acogida y todos nuestros antepasados son comunes”.
“¡Eso no me sirve!”, bramó Plus. “¡Necesito diferencias!” “Escucha cronista, volveré mañana al amanecer, y para entonces quiero que hayas encontrado algo que nos distinga de verdad”
El cronista se quedó pensativo y muy preocupado, no quería defraudar a alguien tan poderoso como Plus. Y fue entonces cuando se acordó de la Leyenda de la Trufa Mágica.
“Ya está” exclamó en cronista. “Total, sólo tengo que hacer unos cambios aquí y allá en la leyenda, y después de tergiversada convenientemente, se la transmito a Plus”
Y así fue. El cronista le contó cómo, según la leyenda, los habitantes de la aldea eran directos descendientes de los Guardianes de la Trufa Mágica, cuya existencia se remontaba al menos un milenio hacia atrás. Eran de una estirpe superior y en el pasado habían sido un pueblo dominante.
“La Trufa Mágica” repitió embelesado Plus. “Cronista” –exclamó extasiado- “quiero que el escriba del pueblo haga copias de la leyenda y la lleve a la escuela, que todos los niños sepan quiénes somos realmente y de dónde venimos. También quiero que difundamos nuestra historia por toda la aldea”.
Dicho y hecho. Al poco tiempo todo el poblado conocía la leyenda manipulada de la trufa.
Plus se encargó de difundir la gloriosa leyenda de la Trufa Mágica y de convencer a una parte del pueblo que eran, nada más y nada menos, que descendientes directos de los Guardianes de la Trufa, una estirpe superior.
Poco a poco consiguió enardecer a una parte del pueblo, que vio en la Trufa Mágica su seña de identidad. Plus se presentó a las elecciones a gobernador de la aldea y las ganó con facilidad, convirtiéndose en la primera autoridad.
“Estimados trufeños”-gritó desde el balcón del ayuntamiento-“hoy es un día histórico para nuestro pueblo. ¡Por fin somos libres!”
La multitud congregada en la plaza del pueblo irrumpió en vítores, ondeando la recién estrenada bandera “trufada”, es decir, la bandera de siempre añadiendo una trufa dentro de una estrella.
“Y ahora”-prosiguió Plus-“nos dedicaremos a difundir nuestra historia entre nuestros pueblos vecinos, que desde hoy formarán parte de los “países trufeños”, ya que nuestra leyenda es tan grande que abarca todo el territorio conocido”.
Allá a lo lejos, un anciano agricultor se atrevió a preguntar “señor Plus, ¿y quién cultivará los campos? El invierno se acerca y necesitamos las cosechas”.
“Escucha viejo caduco”-contestó Plus-“tu representas el pasado, nosotros somos el futuro. De los temas menores que se encarguen los mercaderes”.
Tal y como predijo el anciano, las cosechas fueron malas. Y llegó el invierno.
Una parte de la aldea estaba muy preocupada, los gobernantes sólo tenían tiempo para la dichosa Trufa, y descuidaban todo lo demás. ¿Ahora cómo iban a explicar al pueblo que no tenían comida suficiente para pasar el invierno?
Plus advirtió el problema, y se dio cuenta que tenía que dar alguna explicación. Reunió a todos los caballeros de la divisa “Juntos por la trufa” y después de debatir dos días con sus correspondientes noches, decidieron que los culpables de sus recientes penurias serían los poblados de alrededor que les robaban el agua para los campos. “Ellos nos roban”-gritaron todos a una, “sin ellos estaríamos mejor”. Una vez más, una parte de la aldea los creyó, y chillaron “son enemigos de la Trufa, separémonos de ellos”.
Al final los aldeanos acabaron solos, más pobres que antes y completamente divididos. Poco a poco se fueron dando cuenta que la leyenda de la Trufa Mágica era un camelo completamente artificial, pero el daño ya estaba hecho.
¿Os parece un relato disparatado? Pues lo verdaderamente triste es que la realidad ha terminado superando a la ficción.
@Vicent_Raga (2015)