La primera matrícula, un momento angustioso

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Ampliar la oferta educativa es un objetivo deseable

Se acerca ese terrible momento en el que muchos padres tienen que buscar un primer colegio para sus hijos, una decisión que puede resultar muy estresante y hasta angustiosa para ellos, si tenemos en cuenta que de este proceso dependerá en buena medida la felicidad y el futuro educativo de sus hijos los próximos años.

He escrito ‘buscar’ un colegio en vez de ‘elegir’ un colegio porque hoy en día las posibilidades de elección de los padres son prácticamente nulas. De hecho, la situación más probable para unos padres que buscan por primera vez un colegio para su vástago es que acudan a los más cercanos a su residencia, tanto públicos como concertados, y en todos ellos les digan que allí lo más seguro es que no tengan plaza.

Tras una primera reacción de sorpresa, ésta se suele convertir en frustración y angustia. Y cuando les dicen que de lo de elegir lengua vehicular que se olviden, porque con las nuevas políticas educativas asociadas al plurilingüísmo tendrán que conformarse con lo que les toque, esta frustración, esta angustia, suele derivar en indignación, muy justificada por otra parte. Y de poder elegir colegio en función de su horario, con jornada continua o partida, o sus actividades extraescolares… ni hablamos.

No, ningún niño se va a quedar sin escolarizar, obviamente, pero esta angustia provocada por la escasez de plazas predispone a los padres a aceptar cualquier cosa por parte de las autoridades educativas en vez de lo que a priori ellos creían que sería mejor para la educación de sus hijos, venciendo cualquier resistencia y obligándoles a arrodillarse ante el sistema.

Muy probablemente, este grave problema que afecta a los padres primerizos, que deben matricular a su hijo por primer vez en un colegio, tiene su origen en la obsesiva búsqueda de la eficiencia en la gestión de los recursos públicos. Se considera por parte de las autoridades educativas que con un ratio de 25 alumnos por clase, la existencia de aulas con 15 o 20 alumnos es un desperdicio de recursos, cuando en realidad es un lujo que nos podemos y nos deberíamos permitir en una sociedad avanzada en pleno siglo XXI para favorecer la flexibilidad y la capacidad de elección.

En 2017, una veintena de alumnos de Torrent fueron derivados a la concertada por falta de plazas

Si la disminución de la ratio de alumnos por clase es un objetivo en sí mismo de cualquier política educativa moderna, no debería preocupar tanto a las autoridades educativas que provisionalmente esta ratio disminuya para garantizar que los padres pueden elegir para sus hijos el colegio y la educación que estimen más conveniente.

Las medallas, en un sentido metafórico, no deberían ser para los políticos que cierran aulas en su incesante y obsesiva búsqueda de la eficiencia sino para los que las abren y las sostienen por el bien del sistema educativo tanto público como concertado. Más incoherente es todavía afirmar que «la educación no es un negocio» para después tratarla con objetivos de carácter empresarial, poniendo el grito en el cielo si en una clase en vez de 25 alumnos, hay 22 o hay 18, que también las hay con 28 sin que le importe a nadie más que a los que las sufrimos.

Quien no se haya visto en la angustiosa situación de tener que matricular a un hijo mientras todas las puertas se le cierran en las narices, es difícil que sea capaz de entenderlo por muchos esfuerzos que hagamos para explicárselo. Seamos racionales, sí, pero no sólo desde un punto de vista económico sino también educativo.

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