Hace pocos días amanecí leyendo unas declaraciones de Iñaki Zubizarreta en el diario MARCA donde me quedaba de piedra frente al tema que se tocaba; “el bullying”. No tenía opción. Descolgué el teléfono y me puse en contacto con él. Tenía que sacar a la luz todo lo que comentaba y mostrar al mundo esa parte tan desconocida y cruel de la sociedad actual.
P: Iñaki, habitualmente las entrevistas que realizo van enfocadas a las carreras de los jugadores, momentos actuales, planes a futuro, etc… Pero tras lo que leí, si te parece vamos a dejar el baloncesto aparte. Ahora mismo no es lo prioritario.
P: Lo primero, nos gustaría que nos contaras cómo fueron y cuando empezaron los abusos que sufriste.
R: Todo empezó en el colegio en el año 83/84 con la tutora que tuve. Yo siempre destaqué por mi altura. Con 12 años media 182 cms., con 14 años ya medía 198 cms. y con 15 años pasaba de los 2 metros, y la profesora siempre me daba un trato diferente al del resto de compañeros. Me llevó al psicólogo del colegio sin el consentimiento de mis padres. Lo que ellos veían era una persona de 182 cms que se comportaba como un niño, cuando lo que era realmente era un niño de 182 cms., pero eso la gente no lo veía. La valoración del psicólogo fue que yo era retrasado mental porque mis actos no iban en consonancia con mi estatura. Lo siguiente que hizo la profesora fue dejarme todo el año escolar sin recreo y me tuvo sin poder salir del aula ni relacionarme con mis compañeros.
Había otro compañero que era muy inciso, siempre con la broma fácil, y un día en el parque jugando con otros niños, el padre de este chaval dijo que qué hacía ese subnormal jugando con su hijo. Poco después de este incidente, este chico vino a clase con el mote de “Jacobo, cuanto más alto más bobo”, llegando al punto de que hasta la tutora que tenía cuando pasaba lista me llamaba por Jacobo en vez de por Iñaki. Ella misma se mofaba y me ponía en evidencia delante de mis compañeros.
Nunca hubo consecuencias por parte del colegio sobre esta profesora. Ella no cortó las cosas a tiempo, lo permitió, y no solo eso sino que además lo fomentó, hasta el punto de que unos chavales mayores se dedicaban a perseguirme por el colegio, me dejaban notas amenazantes, me rompían los libros, me tiraban la mochila y cosas peores. Era el hazmerreir del colegio. Después llegó el día que toqué fondo. Uno de estos chavales, después de defecar en el baño, y con la ayuda de más gente, me cogieron y me metieron la cabeza dentro del inodoro. Cuando se lo comuniqué a la profesora, lejos de tomar medidas, le parecía algo gracioso, y argumentaba que “eran cosas de chavales”.
Toqué fondo, estaba completamente machacado, no tenía otra cosa en la cabeza más que quitarme la vida. Tal era mi pensamiento que a punto de cumplir los 12 años me fui a La Galea, una zona de acantilados en Getxo, con la intención de suicidarme. Me despedí de mi familia y estuve en el borde del acantilado durante un buen rato y teniendo la batalla interna de qué decisión tomar. Al final saqué un punto de fuerza y de superación, y me hice un juramento a mí mismo de que nunca jamás iba a volver a permitir que nadie me volviese a humillar.
Cuando volví al colegio la situación no había cambiado. Los chicos seguían haciéndome un corro y seguían pegándome. Yo tenía muchos complejos, me sentía muy diferente y tenía complejo de monstruo. Era muy tímido y me costaba mucho relacionarme con los demás y al final empecé a jugar al baloncesto.
En una de esas situaciones me vinieron a pegar y fue la primera vez que me armé de valor y me defendí. A uno de ellos le dí un puñetazo y las consecuencias fueron que me llevaron a un montículo en el colegio y me reventaron la cara a patadas. Cuando llegué a casa tenía la cara completamente deformada y allí me desmayé. Perdí el conocimiento y me desperté en la UVI tras estar dos días en coma. Nunca olvidaré cuando tras el coma me vi en un espejo y no me reconocía a mi mismo. Me quedó muy marcada la cara de mi hermano cuando me vio en esa situación.
En el colegio no se hizo absolutamente nada, se tapó todo. Solo había en el colegio dos compañeros que me defendían. El resto del colegio no actuó. Al final es el acosador pasivo, los espectadores en primera persona los que con su pasividad favorecen la balanza del lado del acosador. Cuando la balanza está tan desequilibrada, lo único que ves es el abismo.
P: ¿Cual crees que debe ser el papel de los profesores frente al bullying?. ¿Cómo pueden detectar el problema y cómo deben actuar?
R: Llevo muchos años colaborando con una ONG a nivel nacional llamada NACE (No al Acoso Escolar – Stop Bullying!) y participando con ellos de forma activa. Hay un tema que me llama mucho la atención que es la falta de formación de muchos de los docentes. Dentro del profesorado (vaya por delante que ni mucho menos toda la culpa es de ellos) tenemos el profesor vocacional que se desvive por sus alumnos y luego tenemos al profesor que pasa de todo y que simplemente va a cumplir el expediente. En ambos casos carecen de herramientas para hacerse cargo de una situación de esta magnitud. Van dando palos de ciego. En la asociación nos hemos encontrado de todo. Ya no es un tema de información si no de formación, y los profesores deberían de, en mi opinión, tener una asignatura sobre el acoso escolar, porque al final es algo que desgraciadamente es el día a día de la sociedad actual. Por otro lado, también debería darse una asignatura igual para el alumnado que fuera “Inteligencia emocional y empatía”.
P: Y tus padres, ¿cómo actuaban cuando les contabas lo que estabas sufriendo?
R: Me costó mucho contarlo. Lo que hoy llamamos bullying y tenemos claro que es bullying, en aquella época no tenía ni siquiera nombre y…
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