El fenómeno ultra en Valencia

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Si bien se les califica de ultras o ultraderecha, mayormente a su pesar, por ubicarlos en el espectro político, a la vez convendría dejar claro que no se trata de jóvenes inadaptados y violentos que lucen simbología nazi sino de valencianos de clase media, corrientes y molientes.

Entramos en un jardín de plantas espinosas del que seguramente saldremos malparados con unas afirmaciones a medio camino entre la reflexión y la información pero sería un error menospreciar un fenómeno, el crecimiento de las opciones políticas con un discurso etnicista y xenófobo, que en otros países europeos han obtenido un importante rédito electoral, y que amenaza ahora con trasladarse a España y más concretamente a Valencia. Si un partido de extrema derecha en Alemania ha conseguido cerca de 100 diputados en las últimas elecciones es porque le ha votado mucha clase media, millones, no son cuatro colgaos.

Aunque instrumentalizados por determinados personajes que llevan años en la misma dinámica, como el conocido empresario ligado a servicios de seguridad y clubes de alterne cuyo nombre no nos dignamos a mencionar por no hacerle publicidad, sus componentes en su inmensa mayoría responden a llamamientos en redes sociales y servicios de mensajería instantánea, y por lo tanto carecen de organización propia y de representación política establecida, por el momento. No despreciemos tampoco su alcance porque según algunas encuestas están en claro crecimiento y no se puede descartar que a corto plazo la consigan.

En otras épocas encontraron albergue en el ala derecha del Partido Popular, que ahora empeñado en lavar su imagen de corrupción no quiere verla manchada por acusaciones de franquismo nostálgico. Huérfanos de toda representación política han protagonizado recientemente tres actos que han saltado a los principales medios de comunicación: las agresiones de la tarde del 9 d’Octubre, el escrache en casa de Mónica Oltra y las protestas en la cabalgata de las magas del pasado domingo.

Nuevo ataque ideológico al comercio de la familia de Albert Rivera cuando los efectos del anterior todavía están visibles.

Hasta cierto punto, están viendo como desde la izquierda, el etnicismo y supremacismo de los nacionalismos periféricos, ahora el catalán antes el vasco son tolerados y ganan adeptos mientras que el suyo, el español, es desdeñado, sin que exista un motivo claro. La transición política a partir del golpe militar de 1981 había conseguido al menos invisibilizar estos pensamientos intolerantes, hasta que las acciones de gobierno de sus archienemigos los han despertado de su letargo.

Foto de la muixaranga del Diari La Veu.

En un cierto sentido, es lógico que exista una resistencia o reacción a los intentos de construcción de un país alternativo con una lengua, una cultura, unas tradiciones y un argumentario que no es el suyo. A nadie le gusta que sus gobernantes de un día para otro le cambien su forma de vivir e intenten cambiar su forma de pensar. Si bien la muixaranga con la que concluyó la susodicha cabalgata es una tradición valenciana, por ejemplo, también lo es la jota y aún no hemos visto bailar jotas en la plaza del Ayuntamiento en esta legislatura, que somos tolerantes y respetuosos pero no bobos. Si las acciones del gobierno valenciano, tanto municipal como autonómico, no conectan con una parte de la ciudadanía valenciana, a lo mejor en vez de insistir y desafiar a los que no las comparten, convendría explicarlas mejor.

Hasta aquí nuestros intentos de comprender el fenómeno ultra valenciano y de aceptar todo pensamiento político que se exprese por vías legales. A partir de aquí constatar el peligro de su deriva violenta y conminar a las fuerzas de orden público a que los vigilen de cerca para evitar males mayores, lo mismo que a los grupos de extrema izquierda. Y a la vez que reconocemos los motivos que han provocado este resurgir ultra valenciano, seguir desmontando sus mentiras como que los inmigrantes reciben más ayudas sociales que los valencianos o que tiran a la basura las ayudas alimenticias de las organizaciones benéficas y otra serie de bulos interesados.

Una vez nos preguntaron si no somos antifascistas o es que estamos a favor del fascismo, ante lo cual contestamos que si no somos todos liberales o es que estamos en contra de la libertad.

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