Tengo cierta afición por reivindicar las figuras en sus momentos más bajos, más impopulares, cuando todo el mundo se apunta al linchamiento. Es un gesto de especial cobardía seguir la corriente lapidatoria de la masa y pasar desapercibido en medio de la ignominia. Es por eso que me prodigué en la defensa de el ex-presidente Jose Luis Rodríguez Zapatero – y sus muy notables e invisibilizados logros -, de el actual presidente Mariano Rajoy – y sus muy notables e incomprensiblemente soslayados aciertos – y hace un tiempo, con aquello del elefante y los cuernos varios, de la figura que hoy nuevamente ensalzo y a la que muestro agradecimiento, sin ningún reparo y con mucho gusto y honor.
El monarca más relevante de España desde que la dinastía de los borbones representa a la institución.
El deporte rey en España no es el fútbol, por mucho que se haya dicho: es el apalizamiento, el descrédito y la satanización de nuestras destacadas figuras patrias a poco que cometan el más mínimo desliz; en no pocas ocasiones, sin necesidad de falta. Mientras nos recreamos en esta suerte de martirio social, implícitamente nos colgamos la medalla de la perfección moral, de la intachabilidad – ¿cómo si no? -. Tener éxito o convertirse, por cualquier motivo, en una figura relevante en nuestro país, te lleva, casi invariablemente, al coso.
No seré yo quien justifique o minimice los deslices de nuestro rey emérito. Pero sin duda, mucho menos seré yo quien sea cómplice de la injusticia social a la que se ha sometido al que ha sido, y así quedará grabado en la historia, el monarca más relevante de España desde que la dinastía de los borbones representa a la institución.
En mi modesta opinión, la gran virtud, por destacar alguna, de Don Juan Carlos ha sido saber distinguir qué era lo más importante en cada momento histórico que le ha tocado vivir – y han sido muchos – y actuar conforme a ello. No se debe olvidar que ha estado muy bien asesorado, pues la Casa del Rey la componen muchas y sobresalientes personalidades, cuya discreción y lealtad están fuera de toda duda.
No me cansaré de repetir que la transición española ha sido uno de los mayores milagros políticos de la historia, admirada por el mundo y modelo para muchos países que han abordado procesos análogos en los últimos 40 años. Tampoco me cansaré de reivindicar la figura de Torcuato Fernández Miranda, talento singular y fontanero mayor capaz de empalmar una tubería frágil y roñosa de uralita con el PVC más moderno, con mínimas pérdidas del más preciado «líquido elemento»: la paz social. Ahí también estaba el rey, como estaba en la elección de la figura protagonista de la restauración de la democracia: Don Adolfo Suárez.
Ahora todo parece fácil, como si viniera dado en su momento, y personajes de medio pelo surgen por doquier para banalizar, cuando no denostar, los logros de esta etapa clave de nuestra historia moderna. Pero hubo que reflexionar, decidir y actuar rápido en medio de un torbellino en la que el equilibrio de fuerzas era tan complicado como hacerse un huevo frito en una tabla de surf en plena ola. Por favor, una grandísima ovación para los actores principales y secundarios que orquestaron esa obra de arte de la que actualmente nos beneficiamos inmensamente. Y, por favor, mostremos nuestro respeto, nuestra gratitud y toda la inteligencia en el análisis para reivindicar, ahora que está vivo, la figura del rey Don Juan Carlos, brillante patrón de carabela en tiempos de catamaranes.
Más allá de ser monárquico o republicano, soy agradecido.
Como primer embajador, situó a España en tribuna preferente en el mundo. Como gestor de «asuntos internos», hizo de la estabilidad del país su prioridad absoluta, con gran éxito. Como garante de la unidad de España y defensor de la democracia, baste considerar lo convulsa que resulta esta hiper heterogénea familia nacional nuestra para valorar en su justa medida lo relevante que resulta que permanezcamos juntos, bastante libres y bastante iguales.
Más allá de ser monárquico o republicano, soy agradecido.
¿Que se dedicó a la caza mayor en las selvas y las alcobas? Ha sido y es un hombre de su tiempo, con muchos de sus ingredientes. No estoy muy seguro de que sus críticos sean tan extemporáneos como les gustaría en la cara B de sus vidas.
No es fácil encontrar los espárragos en los trigales, pero haberlos haylos. Mas cuando los trigueros son más altos que las espigas, hay que ser muy mezquino para hacer la glosa de la paja.
Muchas felicidades, Don Juan Carlos, y muchas gracias. Comenzaré por mis defectos a la hora de liberar mis impulsos de redención.