Todos hemos sufrido en alguna ocasión una subida de algo, una subida de tensión, una subida de azúcar, una subida del colesterol… Todas estas subidas tienen sus contrarias, una bajada de azúcar, una bajada de tensión… Todo, gracias a Dios y en su justa medida, solucionable con unas pastillitas y un poquito de cuidado.
Hay otra subida que no tiene cura y que su aumento en unos es directamente proporcional a la bajada en otros. Es la subida del Ego, el cada vez sentirse más superior y todo ello a base del menosprecio a los que se tienen alrededor y sobre todo a los más cercanos. Estas subidas les hace sentirse más fuerte frente a los demás, a los otros mucho más débiles, indefensos y a la postre, sumisos.
Estas situaciones son muy frecuentes en política. El Ego del dictadorzuelo de turno va aumentando no al recoger los frutos de su trabajo y buena gestión, sino al ver que consigue sus caprichos, cuesten lo que cuesten, y que consigue eliminar de su círculo todo lo que constituya la más mínima crítica.
Su Ego sube, la autoestima de su entorno baja.
El incompetente, adulador y sumiso, pretende subir enteros ante su idolatrado jerarca y en ese intento comete una tontería tras otra, quedando en evidencia y pasando a deber cada día más favores a su líder, del cual depende cada vez más y al que debe rendirle mayor pleitesía, con lo que de nuevo, el Ego de uno aumenta y el del otro disminuye.
Esta es la forma de gobernar a la que nos tienen acostumbrados muchos políticos. No valoran la preparación, la experiencia, la sapiencia, el instinto, la bonhomía. Odian la excelencia, el conocimiento, el consejo y el realismo. Se valora la sumisión, que confunden con la lealtad, y esto hace que el más sumiso alcance puestos que jamás hubiera soñado ni por su preparación ni por sus méritos.
El subidon de Ego les lleva a perder la perspectiva, la realidad, a buscar solo número de acólitos, de seguidores, aunque sean, taurinamente hablando, desechos de tienta, pero que aplaudan hasta con las orejas sus ocurrencias.
El sumiso soporta lo que haga falta a cambio de poder salir en la foto con «su líder», que este le deje firmar dos cositas para darse importancia y, cuando es posible, le busque, o simplemente le prometa, un buen sueldo y algún chollete.
El «súper Ego» aguanta mientras está subiendo, pero cuando ve que ya no puede subir más donde está, intenta romperlo todo y arrancar de nuevo en otro sitio, con otra idea, aunque sea copiándola, con él como líder supremo pero dándose aires de integración y volviendo a los errores de siempre.
Estas subidas tienen sus consecuencias, como todas, pero lo malo es que unas son controlables con una pastillita y otras tienen muy mal arreglo.
Cuando la fiebre sube mucho, empiezan los temblores y los escalofríos. Si en política no nos cuidamos de no sufrir subidones, una convulsión, un espasmo, nos deja muertos. El Apiretal del Ego debería estar obligatoriamente en ese «botiquín para comportamientos» que cualquier político debe llevar siempre encima.
Seguro que si algún «Súper Ego» llega a leer esto, pensará inmediatamente que me refiero a él, su Ego le obliga a hacerlo. Pues no, tengo el Ego lo suficientemente subido como para no perder el tiempo pensando o escribiendo sobre ciertos personajes que caben todos en un mismo saco.