Una visita obligatoria

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Cs La Nucia visita el Congreso

Hablar de obligatoriedad en algo tan delicado como es la educación o la enseñanza, tiene su parte de temeridad. Caer en la imposición es demasiado frecuente y ya tenemos suficiente con el Conseller Marzá y no lo olvidemos, con un President que se lo consiente. Pero hay cuestiones, que estando por encima de ideologías, sí que deberían considerarse necesarias e incluso obligatorias en la educación de nuestros niños y jóvenes.

Recientemente visité el Congreso de Los Diputados por primera vez. El viaje, en autobús, ir y volver en el día, no deja de ser una paliza y lo encaras con la certeza de que no va a merecer la pena el madrugón y los mil kilómetros y si le sumas el hacerlo un 14 de julio con 40º en Madrid, la ilusión brilla por su ausencia y las ganas de volver a casa prontito se van multiplicando.

Parecerá absurdo, pero al plantarte ante los leones, para la foto de rigor, la cosa empieza a cambiar y una vez dentro la impresión es totalmente distinta, y no solo por lo que se agradece el aire acondicionado, sino por una sensación extraña que te hace sentirte como en casa, sentirte protegido. No sé si alguien habrá sentido esto, pero yo fue esa la primera impresión que sentí.

Tienes la impresión de estar en casa porque, a pesar de su imponente solemnidad, notas que allí estamos todos. Notas que, a pesar de engañar su tamaño, en televisión resulta mucho mayor de lo que es en realidad, allí cabemos todos y que el ambiente que se respira induce al dialogo, al pacto, al acuerdo, cosa que, lógicamente después dependerá de quien lo ocupe, pero por lo menos el halo que envuelve el escenario, invita a ello. Incluso tiene el aliciente, como parte de ese gran decorado, de poder ver las marcas de los disparos de Tejero que, por folclórico que nos parezca a estas alturas, tienen la simbología de recordarnos, a los ciudadanos y a quienes ocupan los escaños,  errores en los que no podemos volver a caer.

Si tienes la suerte de visitarlo acompañado por alguno de nuestros representantes, sea del partido que sea, percibirás que la relación entre ellos es muy distinta a la que percibimos desde fuera. Existe, a pesar de las discrepancias, una educación, un respeto e incluso camaradería entre ellos y de atención permanente al visitante, vaya acompañado por quien vaya acompañado.

Tener estas impresiones de una visita cuando nunca antes habías sido político y tienes más de 50 años te hace pensar en la importancia que tendría el que ciertas cosas fueran obligatorias en la educación de nuestros hijos. Conocer nuestras instituciones, visitarlas, estudiarlas, debería de tener como mínimo la misma importancia que el que 2 + 2 son 4, o incluso más.

Conocer desde la escuela nuestras instituciones, lo que son, lo que representan, harían ver a nuestros jóvenes lo que es una Democracia desde su infancia, valorando todo lo que es y sintiendo como propio, como su propia casa, los lugares donde radica realmente el poder en manos del ciudadano, en sus representantes elegidos por todos y los espacios que los acogen.

Arrancar la formación de los niños o adolescentes inculcándoles estos valores y principios desde la escuela y desde casa, nos llevaría a formar personas con unos valores y criterios democráticos asumidos con normalidad, con cotidianidad y como algo propio e intrínseco a la naturaleza humana. Por simple que parezca, unas visitas a nuestros parlamentos, diputaciones, ayuntamientos, son básicas para esta formación en los valores democráticos y deberían ser incluso obligatorias.

Vale, de acuerdo, ya bajo de los mundos de Yupi. Soy consciente que desde el principio del estudio de esta conveniencia, desde la redacción de su temario, aparecerían las discrepancias, los postureos, los intentos de adoctrinamiento y, volviendo al principio del artículo, el intento de imposiciones. Eso ya es otra cuestión que precisamente se tendría que resolver en la sede de esa soberanía que todos deberíamos conocer, con la completa tranquilidad y normalidad de saber, que por suerte, sus moradores son renovables. En nuestras manos está.

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