La última ocurrencia de Pablo Iglesias, eso ya lo sabéis, por eso convendría explicarlo un poco. Un concepto ‘nuevo’ que parte del de plurinacionalidad, mal entendida.
La plurinacionalidad bien entendida es aceptable y explicable. España es plurinacional, Cataluña es plurinacional, la Comunitat Valenciana es plurinacional y todos somos un poquito plurinacionales, perfecto. El problema surge cuando nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino, negando una nación, la española, y exaltando otra, la catalana o la valenciana, que pasarían a sustituir, no a complementar, a la española. Vamos, ir de Guatemala a Guatepeor.
El caso de la Comunitat Valenciana es especialmente paradigmático pues no hay básicamente dos naciones como en otras comunidades, la española y la valenciana, sino que la nación valenciana se subdivide en dos que no pueden ser más antagónicas y que tradicionamente han defendido los llamados, para entendernos, blaveros y catalanistas.
Estos enfrentamientos nacionalistas no se solucionarán hasta que no se reconozca la libertad nacional, es decir, que cada uno pueda ser de la nación que quiera mientras no dé por el saco a los demás. Una solución para la que mucho nos tememos faltan décadas o posiblemente siglos de evolución del pensamiento político.
Tradicionalmente se ha hablado de dos tipos de soberanía compartida. El primer tipo consistiría en la que se ejerce entre el rey y los ciudadanos, un concepto predemocrático que no es aplicable a España donde el rey reina pero no gobierna, es decir, es rey pero no soberano, es decir, no tiene capacidad de decidir nada, debe atenerse a lo que decidan los ciudadanos españoles a través de sus representantes en el Congreso de los Diputados.
El segundo tipo tradicional de soberanía compartida es el que ejercen dos estados sobre un territorio, por ejemplo sobre Hong Kong, Andorra o Gibraltar, que está en disputa. Así que en vez de reñir, dos estados se ponen de acuerdo para compartir la soberanía sobre un tercero. Tampoco es aplicable al caso de España, donde sólo hay un estado y en el caso de que se dividiese en varios no tendrían ningún territorio de compartir.
La soberanía compartida que quiere Pablo Iglesias, vieja aspiración del nacionalismo recalcitrante, significaría que las autonomías no tienen que cumplir las leyes del estado cuando no les interese, empezando por la Constitución, pero en cambio el estado tiene que seguir cumpliendo sus obligaciones con las autonomías, financiándolas para velar que los servicios básicos e imprescindibles se siguen prestando por muy mal que lo hagan los dirigentes autonómicos.
Este concepto de soberanía compartida, como comprenderán, también es inaceptable, porque cualquier teoría política democrática se basa en que los sujetos y las instituciones son titulares de derechos y de obligaciones, no sólo de derechos, como pretende el podemita y sus secuaces nacionalistas. En cualquier organización política democrática, para recibir antes hay que dar, es decir, para tener derechos hay que asumir las obligaciones, ya que en caso contrario se vería abocada hacia su destrucción, si todos reclaman y nadie aporta.
Todo esto, naturalmente, no nos lo explican porque no les conviene en su argumentario político. No les interesa que se sepa que si se acepta la plurinacionalidad mal entendida y su consecuencia en forma de soberanía compartida, los que se sientan de la nación española o no se sientan de ninguna nación en concreto, que en mi opinión son la inmensa mayoría de los españoles, perderían todos o muchos de sus derechos.