Nadie va a Marte con un bonobús

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Si algo está retratando todo este asunto en Cataluña es que la democracia no es un valor en si mismo, sino una forma más o menos consensuada de dejarse dirigir mediante el voto de una masa cuyo criterio es altamente susceptible de ser manipulado. Aportar valor es otra cosa, muy necesaria por cierto para que esta democracia esté animada por una voluntad de progreso real y no por los intereses coyunturales de los más selváticos.

Y en todo esto, hoy en Finlandia, hallamos a Puigdemont I de la CUP. «Es nuestro candidato», han esgrimido hoy desde la formación anti capitalista, que desde la negación del sistema okupan sus cuatro escaños para decidir el futuro de una de las regiones más prósperas de Europa, y por ende, del Mundo. No encuentro metáfora apropiada para esta ironía moderna, y sólo tiendo a pensar en el ego de nuestra civilización, que empieza a mostrar los síntomas de las enfermedades autoinmunes.

Puigdemont es un burgués romántico, cuyo cerebro hace ya que se fugó, mientras su cuerpo sigue el rastro de los mundos de Novalis, en una sublimación de los barrotes que le aguardan que no es más que el miedo a que la realidad soñada no se corresponda con la cristalización de sus anhelos. Creo que somos unos cuantos los que nos compadecemos de este hombre convertido en la caricatura de la infatuación, que desprende el olor tragicómico del ilusionismo. Si te sientas en un montón de paja, tarde o temprano arderás. Pero aquí tenemos a la CUP, mucho más fiel al prófugo que sus congéneres y finalmente, mucho más cercana a ese empeño obcecado en romper como principio que ha sido el leitmotiv del gerundés a falta de salidas francas. Quién sabe si ha buscado Waterloo como metáfora del golpe de efecto que quiso Napoleón dar con su ofensiva en los Países Bajos, aunque me inclino a pensar que los motivos serán tan prosaicos como los que mueven a las inmobiliarias.

Sacar a Cataluña de España, de la Unión Europea, de la OTAN y quién sabe si de todas las organizaciones internacionales que lo integran a uno en un mundo hecho de puentes intra e internacionales. Ese es el objetivo de la CUP. Y Puigdemont es su candidato.

En Cataluña ya no se juega a lo de todas las democracias. Se juega contra la democracia. Y como siempre que se juega contra la democracia, se hace en nombre de ella. Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Vladimir Putin, entre otros muchos pero no tan notables enterradores, nos lo enseñaron.

O el pueblo catalán entiende que está haciéndose el hara kiri y empieza a pronunciarse con sensatez en las urnas o no le quedará más remedio al gobierno español de turno que suspender sine die la autonomía en Cataluña. Podría volver a formar parte de Aragón, que de eso sí hay antecedentes históricos. Habría que darse no poca maña en el asunto.

Así que Puigdemont I de la CUP, el ‘fuguillas’, se ha convertido en el icono de toda una generación de catalanes con pretensiones independentistas, que se olvidaron de volcar sus sueños en empeños a la altura de los tiempos.

Nadie va a Marte con un bonobús.

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