Con los socialistas gritándole a Sánchez «con Rivera no» frente al balcón de la sede de Ferraz, las declaraciones del presidente en funciones eligiendo a Podemos como socio preferente, el compromiso de Rivera previo a las elecciones de no pactar con un Sánchez ungido por los golpistas catalanes y el Partido Popular con sus peores resultados en franca oposición y al acecho, un acuerdo entre PSOE y Cs habría sido un suicidio para la formación naranja.

A la vuelta de unos meses muchas cosas han cambiado en la política española. Todo empezó con el ofrecimiento de Rivera, todavía en plazo, de un acuerdo de estado con sólo tres condiciones, que Sánchez no valoró suficientemente. Tal vez porque todavía no estaba lo bastante maduro y albergaba serias esperanzas de un gran triunfo electoral socialista en la repetición de los comicios, que ahora parece lejos de producirse, ya firmarían los socialistas con repetir los 123 escaños que muchas encuestas no les dan.
El fracaso de las vergonzantes negociaciones bilaterales entre socialistas e independentistas a propósito de Cataluña, con relator incluido, el fracaso de los presupuestos pactados con Podemos, improvisados e inviables, el fracaso de las dos investiduras fallidas en julio y la violenta reacción a la sentencia del procés, con penas que más suaves no podían ser, parece que han causado mella en el ánimo de Pedro Sánchez, más predispuesto a mirar ahora hacia el centro político y menos hacia la periferia comunista y nacionalista. Que Más País sea en realidad Más Podemos, también ayuda.
La incipiente recesión económica, con los peores datos de creación de empleo de los últimos años, y los alarmantes avisos de Bruselas sobre el alejamiento de la senda de reducción del déficit que provocarían la alegrías en el gasto derivadas de las exigencias podemitas, dejan a Pedro Sánchez pocas alternativas. La insistencia de Podemos de que los bancos españoles devuelvan los préstamos del Banco Central Europeo es muy significativa de su carencia de realidad económica. Aunque en su momento el estado español asumiese la deuda, si los bancos devuelven ahora el dinero, los famosos 60 mil millones, serían para que los recuperara el BCE, que fue la entidad que los prestó, nunca para los españoles.

Para que el gran pacto nacional y constitucionalista sea posible tras el 10 de noviembre es imprescindible el concurso del Partido Popular, que al menos no puede oponerse frontalmente a un hipotético acuerdo entre PSOE y Cs, y que debería de mostrar como mínimo un ápice de lealtad constitucional, a la vez que contribuir a que España vuelva a la buena senda económica. Su joven líder se va a enfrentar a una nueva prueba de fuego que marcará su futuro y un «No es No» lo colocaría fuera de toda lógica política ante sus socios europeos, que quieren un gobierno estable en nuestro país de una vez por todas.
Signos, detalles, guiños y actitudes parecen apuntar a que algo en el PSOE se está moviendo y que, una vez frenada la expansión de las dos opciones políticas más extremistas, Vox y Podemos, que parecen haber alcanzado su techo electoral, el gran pacto constitucional empieza a ser más viable. Por ejemplo, la asistencia del PSOE a la gran manifestación de SCC el próximo domingo en Barcelona porque «sería un error dejarlo en manos de PP y de Vox» así lo confirma. ¿Ya no forma parte Cs de «las tres derechas» o hemos oído mal?

Precisamente esta gran manifestación constitucionalista del próximo domingo 27 de octubre, en la que no podré estar en cuerpo pero sí en alma y espíritu, puede ser el punto de partida que saque al país del bloqueo y parálisis de estos últimos meses, desde la infame moción de censura con la que los independentistas trataron de atrapar a Sánchez, aunque con el gobierno de Rajoy cautivo del nacionalismo vasco tampoco estábamos mucho mejor. Ni España ni Europa están para más experimentos, el PSOE pedirá a Cs moderación con los nacionalistas y Cs pedirá al PSOE moderación con el gasto y los impuestos, nada que sea intrínsecamente insalvable.