Las mujeres están despertando en el mundo. No es un proceso puntual que esté sucediendo ahora mismo debido a nada en concreto. Es un largo proceso, un largo recorrido, una lucha sorda y terrible llevada a cabo por millones de mujeres a lo largo de una historia de abuso y explotación sin igual en el seno de la raza humana.
Aún hay quien niega una realidad tan cruda, tan real, tan sangrante y tan impune durante miles de años. No hay ciego mayor que el que no quiere ver, ni mayor sordo que el que no tiene voluntad de escuchar.
Siento que el tiempo de la mujer está llegando como una marea ancestral que sube lenta e inexorablemente, ganando terreno a arenales, acantilados y rompeolas.
Esta rebelión desde la más profunda dignidad y grandeza de las mujeres está retumbando, como un redoblar de tambores desde todos los puntos del horizonte, creciendo con cada par de manos, con cada mano si sólo quedase una, incluso con los pies, con la cabeza, con el alma, con la misma sangre.
Cada ser humano debe reflexionar sobre el hecho de este abuso secular de los varones sobre las mujeres. Y debemos reflexionar profundamente, tanto hombres como mujeres, puesto que una enfermedad tan profundamente arraigada, tan insertada en la historia y las culturas, no es algo sobre lo que se tome conciencia en un momento. Son amplísimas las implicaciones, los comportamientos, los silencios, las complicidades, las injusticias, lo que se sobreentiende y lo que no se entiende en absoluto. Y está arraigado en todos los ámbitos y disciplinas: el lenguaje en todos los idiomas, las costumbres sociales, los roles, la economía, la política e incluso en la geografía y la antropología. Nada queda exento.
El mundo necesita igualdad real en todos los ámbitos, y esta igualdad no es siempre obvia, ni mucho menos. Hay un largo camino que recorrer para extirpar clichés, falacias y opiniones interesadas y partidistas, y llegar a asumir la cruda realidad: la humanidad, más que por valores, se mueve por la ley del más fuerte en el sentido más básico de la palabra; y esto entierra la esencia más profunda de la condición humana bajo una pila descomunal de sufrimiento acumulado. La buena noticia es que el despertar de las mujeres viene ya con una inercia tan fuerte que nadie ni nada lo va a poder parar. Y esto va más allá del simple género, alcanzando una dimensión arquetípica que ya está repercutiendo en todos los ámbitos de nuestra experiencia como seres humanos y más allá, en la propia tierra.

El hombre no podrá alcanzar su dignidad, recuperar su prestigio, hasta el día en que cada mujer diga basta, en que cada hombre diga basta; el día en el que el ser humano reivindique, defienda y no negocie jamás con aquello que le hace realmente humano: el respeto y el amor.
No es sólo feminismo, es humanidad. Y somos todas y todos.