Todos pudimos ser testigos de cómo hace unas semanas un Lord británico, Michael Bates, presentaba en directo a la cámara su dimisión por haber llegado unos minutos tarde al Parlamento, mostrándose avergonzado porque ello le impidió contestar a una pregunta de una parlamentaria de la oposición. En nuestro país, sin embargo, dimitir sigue siendo un verbo ruso y la debida cortesía y elemental educación han sido sustituidas en sede parlamentaria, por algunos Diputados, por zafios comportamientos y números circenses que manifiestan una profunda falta de respeto a la dignidad que representan.
Comprobamos con estupor que hacer el mas absoluto de los ridículos sin despeinarse empieza a formar parte de la actividad parlamentaria. Cuando elegimos a nuestros servidores públicos les presuponemos la honestidad y capacidad suficiente para el desempeño de sus funciones porque de otra suerte no los votaríamos. Cuando por la razón que sea se descubre que carecen de alguna de ellas, o de ambas, no solo se produce una quiebra en nuestra confianza en esas personas sino que la “mancha” se extiende irremediablemente hacia toda la llamada “clase política” y en todos los sentidos.
Las “mentiras” en los curriculums de algunos políticos en activo, que se han ido descubriendo desde que se supiera que el de la Sra. Cifuentes no respondía a la verdad en todos sus extremos, así como su terco defendella y no enmendalla nos despierta un sentimiento de vergüenza ajena difícil de llevar y espesa el velo de desconfianza que en general solemos tener en nuestros políticos: si ha mentido en esto ¿hasta donde mas lo ha hecho o podrá hacerlo?; ¿será la mentira la norma?. Hemos pasado de tener ministros electricistas a tener algunos representantes públicos con un escaso sentido de la honestidad. El “master marca ACME” de la Sra. Presidenta se convierte en la punta de un iceberg cuya profundidad nos da vértigo descubrir.

El caso de la Sra. Cifuentes de puertas a dentro del mundo de la política ha obligado a los “barones” del PP a posicionarse a favor o en contra de su dimisión, mostrando un tímido resquebrajamiento interno en un partido que parece inmune políticamente al trufado de corrupción que lo atraviesa. Que algunos altos cargo del PP, como el Sr. Casado o la Sra. Cospedal, hayan acabado reconociendo que tienen o intentaron tener titulaciones de postgrado de la Rey Juan Carlos, junto al hecho de que la misma Universidad haya denunciado la situación en la Fiscalía, nos lleva a pensar que quizás el asunto es “blanco y en botella”.
Por otra parte, el enroque de la Presidenta está dando al traste con el gobierno de la Comunidad de Madrid y al mismo tiempo minando la debida dignidad del cargo que ostenta. Externamente la presunta trama de corrupción universitaria deja la “valoración” de las distintas titulaciones de la universidad Rey Juan Carlos a la altura del betún y a muchos abnegados y honestos estudiantes con una lacra en sus curriculums. La futilidad de sacar lustre, de forma aparentemente falsa, a la formación de algunos políticos tiene unas graves consecuencias para la “cosa publica” y para la vida privada de alguna gente. La sola posibilidad de que pueda ser verdad deja en muy mal lugar la catadura moral de los intervinientes en esta supuesta trama.
Puede resultar exagerado que una mentira en relación a la posesión o no de una titulación haga zozobrar el gobierno de una comunidad como Madrid, pero es que esa situación formaba parte del acuerdo de investidura firmado entre PP y Cs y como dice la máxima latina: los pactos están para ser cumplidos. El simple hecho de que anden pensando que hacer es un incumplimiento en si mismo que facultaría a Cs a retirar su apoyo y dárselo a otro grupo político, pese a que siempre han sido partidarios, en cualquier caso, de que ostente el gobierno la lista mas votada.
Para variar estaría bien que algún día tuviéramos en España la posibilidad de ver comportamientos como el de aquel Lord que quiso dimitir por simple “vergüenza torera” pese a ser británico.